LA CULPA ES DEL ZAPATO

Era increíble haber encontrado esos zapatos tan espectaculares ese día lluvioso, en que todo parecía salir mal. Verlos me llenó de fuerza y de ánimos una vez más.

Entré corriendo a la tienda, y le pedí mi número con impaciencia al vendedor. No quería esperar un minuto más para probar en mis pies esos bellos zapatos. El corazón me latía con fuerza…por fin los había encontrado…Hasta que el vendedor con tono consolador me indicó que no había de mi talla, solo quedaba medio número más pequeño.

Eso no me podía pasar a mí. No hoy. Eso no. Así que con decisión implacable le pedí al joven que me trajera el zapato, aunque fuese de un número más pequeño. Al probarlo en mi píe quedaron cumplidos todos mis sueños de ese día. Ciertamente me apretaban, pero que importancia tenía eso… Eran los zapatos perfectos.

A la semana siguiente se presentó la oportunidad de utilizar mi super, ultra, espectacular zapato. Llegué a la reunión con la sensación de ser la reina del mundo, que todas las miradas se posaban en mis pies, hermosamente ataviados…Hasta que pasadas dos horas los dolores eran insoportables. Sentía que cada dedo de mis ilustres pies me hablaban con rencor. El humor pasó de reina del mundo, a demonio de las cavernas del infierno. Ese día todo salió mal, y por supuesto, la culpa era del zapato.

En la vida cotidiana, y en especial en nuestros trabajos, constantemente nos encontramos con zapatos culpables de todos nuestros errores. Parece de poca importancia, pero, no ser conscientes de nuestras propias culpas, es la causa más común que nos estanca, por siempre, en el mismo puesto de trabajo. O, lo que es peor, de nuestro recorrido por mil y un puesto en los que nunca podemos encajar. Simplemente porque otros son culpables de nuestras malas decisiones. Nos convertimos así en meros espectadores de una vida que se nos va de las manos sin ningún sentido. No progresamos en nuestros puestos de trabajo, no recorremos nuevos caminos, no escalamos posiciones, y sobre todo, no crecemos como seres humanos.

El costo de no reconocer los errores de personalidad, de preparación, e incluso, de inteligencia emocional, si bien son difíciles de medir, no por ello debemos negar que son altos en la vida laboral; en especial cuando nos movemos en un mundo que debe valorar la productividad.

Estoy convencida que además de los típicos seminarios para saber manejar clientes difíciles, o de las estrategias más importantes del mercadeo de productos, debemos invertir en las personalidades de nuestros colaboradores. Parece tonto, pero como empresarios exitosos, es posible que estemos perdiendo gente valiosa, porque no es capaz de aceptar que fue ella la que se equivocó al comprar los zapatos.

Sería interesante saber si esta inversión, a la larga, no se convierte en un recurso invaluable: Gente de Calidad. No nos quejemos más de la falta en las competencias blandas, incluyamos esta formación en nuestras empresas. Es hoy o nunca. Sino, sigamos culpando al zapato.