Sufrir o no Sufrir, ese es el Dilema

Todos los días nos enfrentamos a las pantallas del televisor o a nuestras redes sociales, viendo imágenes positivas, pensamientos hilarantes o, lo más abundante, terribles episodios de destrucción y muerte, casi en tiempo real, que nos conmueven hasta el alma.  Incluso llegamos a llorar de rabia, impotencia o tristeza.

En ese momento cambiamos de canal, y puff, en cuestión de milésimas de segundo nuestra mente borra el dolor. Nadie quiere sufrir… a menos que sea del grupo de los masoquistas. Me imagino que eso es lo correcto, nacimos para ser felices no para sufrir.  El punto es,  podemos llegar a insensibilizarnos tanto que deseemos hacer lo mismo con nuestras vidas: Cambiar el chip cerebral y desconectarnos de la tristeza.

Eso es imposible, a menos que vivamos en una  fantasía eterna.  Pero no dejamos de intentarlo. Lo malo es llegar a la insólita conclusión que cualquier dolor puede ser curado con lo superfluo, lo material o la simple negación.  Sufren en Siria, cierto, pero no me afecta.  Hay niños con hambre, y lo veo muy gráficamente, como nunca…cierto, pero no me toca. Eliminamos cualquier material triste y nos vacunamos; lo que le ocurra a los demás no me importa, solo lo registro si me causa algún efecto a mí.

A qué nivel de indiferencia logrará llegar la mente humana para bloquear el sufrimiento? Mirar al lado, o, dar la espalda.  Es como la avestruz que cava un hueco en la tierra y esconde la cabeza para alejarse del peligro.  Nos estamos convirtiendo acaso en seres nulos e insensibles? Quién podría cuestionarnos por no querer sufrir? Nadie… Pero qué pasa cuando sufrimos? Estamos en capacidad de lograr manejar el dolor sin que llegue a ser una verdadera crisis en nuestras vidas, máximo cuando evitamos sufrir a toda costa?

En nuestra búsqueda, a veces insensata de la felicidad, nos hemos vuelto tan egoístas que no podemos ver el dolor del que está al lado.  Y ese que está al lado, casi siempre, es el ser más querido de la propia familia. Luego exigimos que los demás nos consideren cuando nosotros somos los que sufrimos…Y el circulo vuelve a repetirse, sumando más insensibles al grupo. Es así que cuando alguien llora con nosotros o nos acompaña, en nuestro fuero interno pensamos que es un tonto por querer sufrir a nuestro lado, al final, que necesidad tiene de eso! y le hemos quitado valor hasta a la amistad verdadera… Qué paradoja!

En esta reflexión intrascendente de hoy, solo puedo pedirle a Dios que no me permita llegar a ser insensible o egoísta.  No quiero ser de las que no ve la tristeza en los ojos de la gente… y mucho menos si esa gente es mi propia familia. No quiero ser de los que justifique cualquier cosa en función de un único objetivo: mi propia felicidad; sin pretender que haya consecuencias.

Tal vez estoy equivocada, y sufrir no sea un dilema.  Pero hoy, viendo todo lo que pasa a mi alrededor, tengo la fuerte impresión de que eso es lo que hemos logrado, aunque ese no haya sido el objetivo de la comunicación «en tiempo real». La búsqueda de la felicidad sin consecuencias parece ser el argumento de los que todo lo aceptan y todo lo toleran.

Como seres frágiles tenemos límites, y esos límites los marcan nuestras creencias, las normas de conducta social, moral y legal que nos rijan. No le quitemos valor a esas creencias y normas. No permitamos jamás, que la sensibilidad de paso a la permisividad sin límites.  Los valores no cambian, matar fue malo ayer y será malo mañana…aunque usted no lo crea!  Y saben por qué? Porque nos guste o no, somos simplemente humanos y sufrir es parte de nuestra realidad. A nosotros nos toca que de cada sufrimiento obtengamos una enseñanza. Ser indiferentes no resuelve nada. Al final, ningún medicamento cura el dolor del alma… Solo nosotros debemos ser capaces de levantarnos de nuestras cenizas, recoger los pedazos, pegarlos con una curita y seguir adelante! Ánimo.

Panameño tu Siempre Dices Sí, Sí, Sí

RECUERDAN LA POESÍA: PANAMEÑO TU SIEMPRE DICES SÍ?

Esa poesía, como buena declamadora que fui en mis años de estudiante, siempre, con el perdón de su afamado autor, la odié.

Para mi, eran un montón de si, si, si; y luego, al final, un pobrecito y solitario NO. Cómo declamar semejante cosa y hacerle sentir al público algo en el fondo del alma, como debe hacer un buen declamador?

Sin embargo, aprendí con los años, que pocas cosas que se han escrito definan mejor al panameño. Es raro escuchar en nuestras oficinas a cualquier colaborador decir al jefe, luego de pocos argumentos nerviosos un NO rotundo, aunque sepan que el jefe está equivocado y que puede cometer un grave error con lo que solicita u ordena.

Preferimos no pelear con nadie, y al final, cuando la trastada esté hecha decir simplemente: Jefe usted me dijo que lo hiciera…

Pero, este silencio cómplice involucra mucho más de lo que imaginamos. Ocupamos posiciones en nuestras empresas para aportar al crecimiento y fortalecimiento de la misma, y por más difícil y temperamental que sea el que nos da órdenes, debe existir, ante todo, un sentido de ÉTICA PROFESIONAL que, lamentablemente, hemos olvidado practicar; en donde es imperante que se haga sentir nuestro conocimiento y experiencia, motivos que llevaron a que se te contratara en el puesto que ocupas.

Ahora, vemos a Panamá en un conflicto terrible de imagen y de credibilidad. Resulta, que este es un país de narcos y lavadores de dinero!!!! Qué injusto! gritamos entre nosotros; nos rompemos las vestiduras preguntándonos por qué el mundo nos trata con tanta rudeza. Pero, la respuesta a los de afuera es la de siempre: Sí, sí, sí.

Y hemos caído en aceptar que nos juzguen por un mal llamado Papel o por unas cuantas empresas, que alguien dice que han hecho cosas incorrectas…, como ratas inmundas que deben ser exterminadas. Y nosotros mismos nos condenamos sin siquiera permitir que haya un juicio justo!!!! Jooo, como me diría un amigo de Chitré, se te salió el cobre, ¨pue¨.

Panameño, mi llamado de atención es a que cada uno cumpla con la labor a la que ha sido encomendado. Si te toca ser legislador, o presidente o trabajador, actúa como tal. Si tienes que ser el trabajador que le dice en su cara al jefe que está equivocado, hazlo, pero con argumentos sólidos y con respeto. Estoy segura que ganarás pronto mucho más de lo que esperabas. Sobre todo ganarás respeto por ti.

Posiblemente mañana despertaremos con una nueva reacción virulenta del mundo globalizado que nos toque en el corazoncito de todos los panameños o, nuestro jefe nos dará una orden sin sentido. Por lo menos tengamos la dignidad de decir en algún momento, como en la poesía, un único y solitario NO. Esa noches dormirás sintiendo que tomaste el control de tu vida. Tal vez no tengas trabajo, pero, tu conciencia estará tranquila…

POR QUÉ CONTRATÉ A JUANITA

En este difícil mundo empresarial, uno de los grandes retos, y diría también, una de las grandes paradojas, consiste en a quién contratar para un puesto de trabajo.

Definitivamente hay características que parecen simples a primera vista, pero que se convierten en toda una ciencia cuando te toca entrevistar o leer las hojas de vida de las personas que se presentan para ocupar un puesto de trabajo. O, lo que es terrible y peor, las que nunca llegan.

El gerente de recursos humanos, el jefe de contrataciones o el jefe del negocio, solo quiere, en muchos casos, llenar esa vacante que hace más de dos semanas, espera, sin grandes hallazgos, a ser ocupada.

Entonces el día maravilloso en que se presentan dos candidatas, resulta que una tiene 40 años, con una larga experiencia y grandes conocimientos, y la otra, una joven recién salida de la universidad, vital y divertida, pero que poco o nada sabe del mundo real del trabajo.

Parece una elección simple, pero, y aquí viene la paradoja, como elegir a la “vieja” de 40 años, cuando es política de la empresa contratar a gente joven, moldeable a nuestras necesidades y las cuales, aunque carezcan de experiencia, a la laaargaaaa, podrían ser nuestro mejor activo.

En particular resolví el problema haciendo a las candidatas una pregunta simple: Si mañana amanece lloviendo, y en su casa no hay agua, vendría usted a trabajar a pesar de no poder asearse adecuadamente y, a que tal, vez llegue tarde por la lluvia???

Las respuestas fueron las siguientes:

Juanita: Claro que llegaría a trabajar, nada me puede impedir cumplir con mis responsabilidades. Con un poco de colonia se resuelve. Juanita siempre estará allí.

La otra: Bueno, me la pone usted difícil, mi intención es ir a trabajar, por supuesto. Pero, cómo llegar sin bañarme a trabajar????

En mi caso escogí para trabajar a Juanita. Obviamente su sentido de responsabilidad parecía ser, eminentemente, con su trabajo.

La pregunta es ahora para ti: Cuál de las dos candidatas crees tú que es Juanita, la vieja de “40” con larga experiencia y responsabilidad o la joven con todo el potencial del mundo?

RESPONSABILIDAD LABORAL: MITO O REALIDAD

Han escuchado alguna vez la frase “Es que está en Bosnia”. Me imagino que si eres panameño, sí.

Cada vez es más común escuchar que fulano o mengano de la oficina, “está en Bosnia”, y es que de esta manera tan pintoresca describimos a la persona que está pensando cualquier cosa, menos lo que debería estar pensando.

En nuestras áreas de trabajo, con frecuencia nos percatamos, muchas veces de una forma impactante, que la persona a la que le estamos preguntando algo que debe ser contestado con certeza y balance, ni siquiera nos escucha. Mucho más terrible, si de ello depende una decisión o un negocio que no puede espera ni un minuto más.

A mi me pasó, hace poco, con un tanque de gas. Esta compañera de trabajo contestaba constantemente el celular o hacía llamadas con relación al tanque de gas de su casa. Tuve que escuchar desde: ¿Cómo que se acabó el gas? hasta,  ¿Y ahora quién va a comprarlo?, sorprendentemente en el medio de la toma de decisión más importante de la oficina en varios meses.

En un acto de paciencia absoluta, esperé con valentía las idas y venidas del importante tanque de gas. Hasta que el tiempo, que transcurría inclemente en el reloj, hizo estragos en mi anatomía. Creo que envejecí diez años en veinte minutos. La acidez se apropió de mi estómago y la ira comenzó a dejarme la cara roja.

Ante el evidente estado físico de disgusto, mi compañera me dice con total desparpajo, “sorry es que tenía que resolver lo del gas”.

Este tipo de inconsciencia es más frecuente cada día en nuestras organizaciones, y nos lleva a reflexionar sobre las prioridades y cómo organizamos nuestra vida ante cualquier circunstancia.

Es evidente que las personas, en su mayoría, no planifican su día, y, por lo tanto, están constantemente improvisando. Lo peor es que esta improvisación no solo afecta la forma en que desarrollan su vida, sino el entorno de trabajo.

Hemos perdido, en muchos casos, la capacidad de ser organizados; vislumbrar nuestras prioridades, y trabajar en función de ellas. Es más, ni siquiera sabemos hacia dónde deseamos conducir el carro de nuestra vida. Vivimos en el día a día, y nos perdemos cuando, simplemente, debemos decidir qué almorzar hoy.

Esta falta de determinación y de objetivos es un tema del que debemos hablar en nuestras áreas de trabajo. Ayudar a los colaboradores a organizar su vida, no parece ser responsabilidad de un empleador. Pero, lamentablemente, la inmediatez está acabando con el razonamiento lógico. Es importante saber la diferencia entre un colaborador y un simple empleado. Sus connotaciones son diametralmente opuestas. Al momento de la contratación sería importante evaluar este tipo de actitudes ya que, invariablemente, harán un hoyo profundo en el desarrollo de nuestras empresas . Y, básicamente, porque la responsabilidad laboral parece ser un mito más que una realidad en estos momentos.

 

 

LA CULPA ES DEL ZAPATO

Era increíble haber encontrado esos zapatos tan espectaculares ese día lluvioso, en que todo parecía salir mal. Verlos me llenó de fuerza y de ánimos una vez más.

Entré corriendo a la tienda, y le pedí mi número con impaciencia al vendedor. No quería esperar un minuto más para probar en mis pies esos bellos zapatos. El corazón me latía con fuerza…por fin los había encontrado…Hasta que el vendedor con tono consolador me indicó que no había de mi talla, solo quedaba medio número más pequeño.

Eso no me podía pasar a mí. No hoy. Eso no. Así que con decisión implacable le pedí al joven que me trajera el zapato, aunque fuese de un número más pequeño. Al probarlo en mi píe quedaron cumplidos todos mis sueños de ese día. Ciertamente me apretaban, pero que importancia tenía eso… Eran los zapatos perfectos.

A la semana siguiente se presentó la oportunidad de utilizar mi super, ultra, espectacular zapato. Llegué a la reunión con la sensación de ser la reina del mundo, que todas las miradas se posaban en mis pies, hermosamente ataviados…Hasta que pasadas dos horas los dolores eran insoportables. Sentía que cada dedo de mis ilustres pies me hablaban con rencor. El humor pasó de reina del mundo, a demonio de las cavernas del infierno. Ese día todo salió mal, y por supuesto, la culpa era del zapato.

En la vida cotidiana, y en especial en nuestros trabajos, constantemente nos encontramos con zapatos culpables de todos nuestros errores. Parece de poca importancia, pero, no ser conscientes de nuestras propias culpas, es la causa más común que nos estanca, por siempre, en el mismo puesto de trabajo. O, lo que es peor, de nuestro recorrido por mil y un puesto en los que nunca podemos encajar. Simplemente porque otros son culpables de nuestras malas decisiones. Nos convertimos así en meros espectadores de una vida que se nos va de las manos sin ningún sentido. No progresamos en nuestros puestos de trabajo, no recorremos nuevos caminos, no escalamos posiciones, y sobre todo, no crecemos como seres humanos.

El costo de no reconocer los errores de personalidad, de preparación, e incluso, de inteligencia emocional, si bien son difíciles de medir, no por ello debemos negar que son altos en la vida laboral; en especial cuando nos movemos en un mundo que debe valorar la productividad.

Estoy convencida que además de los típicos seminarios para saber manejar clientes difíciles, o de las estrategias más importantes del mercadeo de productos, debemos invertir en las personalidades de nuestros colaboradores. Parece tonto, pero como empresarios exitosos, es posible que estemos perdiendo gente valiosa, porque no es capaz de aceptar que fue ella la que se equivocó al comprar los zapatos.

Sería interesante saber si esta inversión, a la larga, no se convierte en un recurso invaluable: Gente de Calidad. No nos quejemos más de la falta en las competencias blandas, incluyamos esta formación en nuestras empresas. Es hoy o nunca. Sino, sigamos culpando al zapato.