¿Y… si me rindo?

Si me hubiese rendido la primera vez que me caí cuando estaba aprendiendo a caminar, jamás habría caminado.

Si me hubiese rendido la primera vez que gané una mala nota en el colegio, jamás habria aprendido a prepararme más.

Si me hubiese rendido la primera vez que un amigo me traicionó, jamás habría aprendido a escogerlos mejor.

Si me hubiese rendido la primera vez que mi orgullo quería vencer la razón, jamás habría aprendido a pedir perdón.

Si me hubiese rendido la primera vez que alguien me demostró que estaba equivocada, jamás habría aprendido el valor de aceptar mis errores.

Si me hubiese rendido la primera vez que mis hijos cometieron una falta, jamás habría aprendido a guiarlos mejor.

Si me hubiese rendido la primera vez que una enfermedad golpeo mi vida, jamás habría aprendido que abrir los ojos cada día es un regalo maravilloso que se debe agradecer.

Si me hubiese rendido cuando mis principios y valores se ponían en duda, jamás habría aprendido a buscar más y mejores argumentos para defenderlos.

Si me hubiese rendido cuando nada salió bien, jamás habría entendido que el tiempo de Dios es perfecto y que cuando una puerta se cierra, se abren muchas más.

Si me hubiese rendido la primera vez que perdí a un ser querido, jamás habría aprendido que la vida solo termina cuando te olvidan.

Si me hubiese rendido cuando sentí que mi país vivía un caos sin salida, jamas habría aprendido a luchar, con mi alma, para convertir ese caos en mejores oportunidades para todos.

¡Por eso, queridos amigos, rendirse no es una opción!

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